Sentir. Esas seis letras que parecen multiplicar por mil las sensaciones. Esos cosquilleos inevitables. Esas miradas que buscan perderse en la nada para ocultar lo evidente. Y esas sonrisas que, lejos que ser forzadas, no son más que la voz del alma que sin hablar dice todo lo que siente.
Miedo. Esa barrera tan ligada al deseo que impide que las miradas tengan más intensidad de la que deberían. Esa necesidad por ocultar una sensación que desearías compartir con cualquier persona. Esas ganas de gritarle al mundo que te sientes distinta. Pero a veces, callar es más sencillo y, en ocasiones, más ético.
Pensar. Es lo que me frena a menudo de sentir lo que no debería. Es la parte que me aporta la integridad que necesito para no desear lo que no tengo. Para apartar ciertas hipótesis de mi mente.
Amar. Paradójicamente, todo se reduce a eso. Cinco letras con un solo significado y mil sentimientos distintos. Pero amar no es fácil. Cuesta, duele y, frecuentemente, no entiende de razones. Pero llena. Y mucho.
Escapar. Me perdería en cualquier rincón del mundo. Talvez sólo entonces podría encontrar donde está el nexo entre el sentimiento y la razón. Y talvez entendería que, sin sentir, difícilmente pensaría en el miedo que siento al amar a alguien.

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