11/3/11

Ya había caído el sol y el cielo revolucionado iluminaba la ciudad. Yo seguía caminando, viviendo cada recuerdo de alguna que otra tarde de esas que no se olvidan, donde a cada paso se puede sentir un deja vú puro y sincero.
Sin darme cuenta mi inconciente me llevó a un banco, situado al lado de las vías del tren, bajo un árbol donde mi cabeza explotó y recreó en un parpadéo el secreto más dulce con miles de imágenes que vale la pena volver a dibujar.
El cielo empezó a dar un concierto de ruidos graves acompañados de rayos que condimentaban más la situacíon advirtiendo de lo que podía llegar a ser una gran tormenta.
Yo no sentía miedo, no estaba en lo que comunmente se llama presente, yo había convertido un simple paisaje en un paraíso, en un mundo de colores, donde había fotos colgadas, perfumes que invadían el momento y principalmente no había caras solo una sonrisa, ni más, ni menos.
Grité, lloré hasta que de pronto una gota en mi mejilla ajena a mis ojos comenzó a recorrer mi rostro, cuando quise notarlo el cielo escupió todo lo que había acojido esa la tarde, instantáneamente aquellas gotas que se desitegraban al golpear las hojas del aquel árbol. que salpicaban mi piel con barro, pintaron una sonrisa en esta loca que ya no creen en nada, que ya deja su suerte en manos del destino, del cielo, del viento, del suelo.
Sin más que hacer dejo grabada esta sonrisa en ese banco, en nuestro banco.
Y ahí me vas a encontrar, como último regalo quedó plasmado en la madera mojada para que cuando lo necesites lo puedas encontrar.



Por eso te repito mi amor, que la lluvia es mi tranquilizante y a la vez mi droga, por está razón solo la compartiría con vos.

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